miércoles, 26 de enero de 2011

La tierra triste

 Ahora, al paso de tantos años, no sè por què, pero me ha venido a la mente mis primeras experiencias en el àrea docente; fuè allà por el año de 1981 -ùjule-, fuì instructor comunutario de CONAFE, y en esos dìas la consigna de èsta instituciòn era llevar la educaciòn primaria a los rincones màs apartados de Mèxico, es decir, a donde no llegaba el sitema oficial, ya fuera por la distancia ò por el reducido nùmero de alumnos existentes elugares.
Si bien el propòsito era muy ambicioso y a la vez poco realizable, por las caracterìsticas mismas del programa, no debemos pasar por alto el motivo que tenìamos los que en su momento fuimos punta de lanza del programa: nosotros, los instructores comunitarios; el mencionado motivo era, precisamente, lograr un avance sustancioso en la formaciòn acadèmica, pero en la de nosotros, ya que, era un servicio social, sì, pero a cambio recibìamos una beca de estudios (nivel medio-superior), y una modesta pero muy ùtil beca econòmica.
La aventura comenzaba desde el momento en que te asignaban una comunidad en la que debìas prestar el servicio, èsta era por definiciòn, "de difìcil acceso, de escasa poblaciòn, y alejada"; ahì presisamente estaba el primer meollo que se debìa desmenuzar, y es que la mayorìa de èstas comunidades ni siquiera estaba en el mapa, por lo que habìa que preguntar en dependencias como DETENAL, que era algo asì como "Direcciòn de Estudios del Territorio Nacional", casi como el abue del INEGI, ò tambièn en presidencias municipales, digo si se tenìa informaciòn acerca de a que municipio pertenecìa dicha comunidad. Una vez localizada  la comunidad, y con un croquis -a menudo hecho amano-, salìamos por esos caminos de Dios a buscar, ahora sì, fisicamente, "nuestra" comunidad.
Despuès de algunos dìas de ir y venir, y ya encontrado el lugar, habìa que realizar una asamblea con los padres con hijos en edad escolar (de 6 a 14 años), y, si el servicio se iba a prestar por vez primera , convencerlos  de aceptar el programa, y sujetarse a las condiciones de èste. Y es que la comunidad a cambio del servicio, debìa otorgar hospedaje y alimentaciòn al instructor, ya que todo lo demàs se proporcionaba por conducto de un patronato (desde los programas educativos, hasta material didàctico y para los alumnos -làpices, cuadernos, ètc.-). Esto en el papel parece sencillo, pero si tomamos en consideraciòn de la situaciòn econòmica de siempre de èstas personas, las condiciones del campo, y el hecho de que el instructor sòlo tuviera ¡15 años!, ya te imaginaràs las viscisitudes de la situaciòn.
Bueno, despuès de superados los baches iniciales, los instructores nos integrabamos a la comunidad, compartiendo con ellos todo lo que acontecìa; en aquellos años, la visita de algùn miembro de la comunidad que estaba en los yunaites -como se dice allà-, era motivo de fiesta y regocijo para todos, luego la despedida, con la làgrima de sus allegados y la congoja general, pero con el paliativo de que cada mes los dolaritos -algo escasos, pro cierto-, llegarìan sin falta.
Ahora, a la distancia, veo con profunda tristeza que las cosa no han cambiado, el rezago educativo sigue como en aquellos tiempos, la situaciòn de la gente del campo, y del campo mismo, està pèsima, la migraciòn hacia los yunaites -como dicen allà-, sigue latente, aunque ahora està mas cabròn -como dicen allà-, no cabe duda, la gente sigue triste, el campo sigue triste, la tierra sigue triste...